Recuerdo la primera Navidad que viví sola.
Era una
habitación alquilada, a 20 minutos andando del trabajo. El tamaño, el justo:
una cama de 80 cm, una mesilla y un armario para guardar la poca ropa que
tenía.
El sueldo,
también el justo. Lo suficiente para pagar alquiler y comida.
La mesa
vacía de la esquina fue la que me dio la idea de darle un toque navideño. Y
así, el primer fin de semana de Diciembre me acerqué a un almacén chino que
tenía cerca de casa y compré por menos de 10€, el árbol más pequeño y más
barato del lugar y unas bolas de color rojo.
Y aunque ya
han pasado los años y las Navidades y ahora mi habitación y mi casa, son un
poco más grandes, no falta aparte del árbol grande, el árbol pequeñito en una
de las habitaciones.
Para recordar hasta donde he llegado y de donde partía. De cuanto he avanzado desde aquel árbol pequeñito en una mesa fea de cristal hasta la casita de ensueño con gato incluido donde estoy hoy en día.
Lo que no
ha cambiado estos años ha sido esa pequeña tradición que empezó con mi pequeño
árbol de menos de 10€: El primer fin de semana de Diciembre toca árbol y
galletas. Lo de las galletas viene de antes, pero ya os lo contaré en otra
ocasión.
Y este año
no ha sido diferente. Mis vacaciones empezaban el 27 de Noviembre, y después de
los días de limpieza y orden, me dispuse a comenzar la OPERACIÓN NAVIDAD.
Lo primero
que hice fue sacar y revisar todas las bolas, guirnaldas y adornos varios que
guardaba de años anteriores.
Aunque ya
los había revisado cuando quité la decoración de Navidad en Enero, siempre te
llevas alguna sorpresa, como esa bola que aún no habías visto que el gato había
mordido o la estrella que ha quedado torcida durante la mudanza.
Una vez
hecha la revisión y decididos los colores de esta Navidad (clásicos… este año
me apetecía algo más normal y decidí irme al rojo y el oro: los colores por
excelencia de la Navidad); tocaba hacer la lista de la compra y marchar a
revolver en las tiendas del pueblo.
Compramos en
el Leroy Merlin un pack de bolas rojas y oro y la estrella para la punta de árbol; y en el Alcampo encontramos unos colgantes para los pomos de las puertas, una corona para la entrada, un encantador lobito y unos manteles y bajoplatos para la mesa.
Traídos los
adornos tocaba ponerse a lo más divertido, ¡montar la decoración!
Esta es la
primera Navidad de Obi y la verdad es que no sabía muy bien cómo iba a
tomárselo. Y teníamos razón en tener miedos. Mi precioso árbol mutó en su
cabeza en un gigante verde al que tenía que vencer y solamente una vez que
sacrificamos unas bolas para que jugara con ellas, pudimos montar los adornos
tranquilos.
Y tras
varios “esto no va así”, “no hay equilibro”, “esta zona está muy vacía”, “esta
zona está muy llena”; por fin tuvimos montado tanto el árbol grande del salón,
como el pequeño del dormitorio.
Y hasta
ahora, Obi solo lo ha tirado una vez ;)
¿Vosotros ponéis el árbol? ¿O en vuestra casa sois de poner el Belén?
En mi casa se ponían los dos, pero mis padres no son miy de navodad y menos todavia cuando mi abuelo murio en estas fechas, asi que ahora que mi hermana y yo somos mayores ya no se decora la casa ni nada. A mi me encanta la navidad y estoy deseandl independizarme para poder decorar mi casa entera.
ResponderEliminarJo, veo a menudo que cuando los hijos crecen las casas se decoran cada vez menos, y me parece una pena; aunque claro, en tu caso, lo de tu abuelo tampoco debe ayudar. ¡Ahora toca esperar y no perder el espíritu navideño hasta tener la casa propia! :)
EliminarGracias por comentar, ¡un besito!