Cuando Moon me dijo que la habían aceptado para irse a Dublín durante un año de Erasmus, lo primero que pensé fue en lo muchísimo que la iba a echar de menos, y lo segundo, ¡bien, tendría a alguien que me enseñara la capital irlandesa desde dentro!
Así que el día 17 de Febrero, un día después de mi
cumpleaños, estaba en el aeropuerto con dos horas de antelación e histérica por
si llegaba tarde y perdía el vuelo.
Sobre el vuelo, los acompañantes y los abrazos de
reencuentro poco puedo comentar, creo que por todos son bien conocidas las
sensaciones; así que pasemos al viaje en sí.
Día 0. The Temple Bar.
Llegamos al hotel justo antes de que cerrara el horario de
entrada, aunque no hubo ningún problema pues habíamos escrito antes avisando de
que el vuelo llegaba un poco justo y existía la posibilidad que nos
retrasásemos, y no nos pusieron ninguna pega.
La verdad es que todo el servicio fue encantador, las
habitaciones muy grandes y cómodas y la limpieza perfecta. Además, la situación
del sitio no puede ser mejor ya que está en el centro, a media hora caminando
de casi cualquier lugar, y junto a uno de los monumentos más conocidos y
odiados de Dublín: The Spire, que no es más que un enorme y alargado palo
terminado en una luz blanca, que se dice que es la luz que utiliza la gente
para volver a sus casas tras una noche de fiesta.
Sin duda si vais a Dublín, os aconsejo hospedaros en el
Hotel St. George. Y no, este post no está patrocinado.
Después de dejar maletas y repartir regalos, salimos a
nuestro primer paseo por la capital. Moon nos llevó a Temple Bar, la zona de pubs
que no se ha de confundir con The Temple Bar, un pub de la zona con el mismo
nombre. Sí, son originales los dublineses.
¡Por fin encontramos a Wally! |
Día 1. Supermercados y Free Tours.
Solo puedo empezar a contar este día con un consejo: llevad
un buen calzado. La lluvia de Dublín se nota más en sus adoquines verdes que
encima de ti, así que unas botas impermeables con una buena suela son
imprescindibles si no queréis acabar chapoteando dentro de vuestros zapatos.
Zapatos aparte, una de las cosas que más me gustan de
visitar otro país son sus supermercados: dicen mucho más del país que visitas
que lo que os podáis imaginar. Los supermercados irlandeses nos dicen que son
gente con un alto poder de adquisición, que les gusta mucho la comida preparada
y cocinar poco.
Tras los supermercados, fuimos al St. George’s Arcade
Market, un encantador, escondido, y por suerte cubierto, mercadillo donde
puedes encontrar desde camisetas estampadas a mano, hasta joyas de Harry Potter
y Juego de Tronos; sin olvidarme por supuesto de las puertas de colores, que
tampoco podían faltar en este sitio, al igual que en el resto de la capital
irlandesa.
Las puertas, menuda obsesión. Cada calle me tenía que parar para fotografiar un nuevo color que aún no estaba en mi personal pantonera de puertas. ¿El por qué? Los hay para todos los gustos:
Unos dicen que son para evitar confundirse de casa tras una larga noche de juerga irlandesa y acostarse por error con la mujer del vecino; otros hablan de la muerte del marido de la Reina Victoria, su petición de pintar de negro todas las puertas y la rebeldía del pueblo irlandés, y los hay que dicen que es por cambiar los números por colores.
Cuál será la cierta no lo sabremos, pero sin duda es a cada
cual más curiosa.
Y si queréis conocer más historias como esta, sin duda debéis hacer un Free Tour, que era lo siguiente que Moon nos tenía preparado.
¿Eres capaz de encontrar al clon de Star Wars escondido en la imagen? 😉 |
Y si queréis conocer más historias como esta, sin duda debéis hacer un Free Tour, que era lo siguiente que Moon nos tenía preparado.
Para los que no sepan en qué consiste esto, son unos tours
guiados por habitantes de la ciudad, tanto en Inglés como en Español para quien no
se sienta suficientemente suelto en esa lengua. Su originalidad además reside
en que el precio lo pones tú al final de la visita, y cada uno paga lo que
quiere y/o puede permitirse. Nosotros lo hicimos con la empresa Sandeman’s New Europe y nuestro guía fue un joven y divertido irlandés llamado Ciaran que nos
enseñó la ciudad y nos contó divertidas anécdotas que probablemente no
hubiéramos conocido de otro modo.
Tras esta experiencia, era hora de cambiarse los zapatos, y
siguiendo con el horario europeo, cenar. Para eso, marchamos hacia un
restaurante coreano, y aunque sobre comida coreana ya os hablaré en otra
ocasión, debo decir que, en Dublín, en el Hailan, se come muy bien.
Y como no podía ser de otra forma, Moon aún tenía varios pubs
que enseñarnos así que fuimos a su siguiente recomendación, el Cassidy’s, un
pub que, aunque al principio puede parecer algo extraño por las pintadas que
decoran sus paredes y su luz rojiza, no debes perderte si eres como nosotros,
un amante de los juegos de mesa.
Día 2. National Gallery y Phoenix Park
Otro hecho que debe saber
cualquiera que vaya a visitar esta ciudad es que los irlandeses odian los
lunes. Sí, lo sé, no son los únicos, pero ellos lo llevan hasta el extremo de
cerrar prácticamente cualquier museo o galería ese día.
Tras una laboriosa búsqueda en Google, viendo que el museo
que queríamos visitar estaba, como no, cerrado, decidimos visitar la National
Gallery de Dublin. La verdad es que sobre arte no conozco mucho así que poco
puedo hablar pero si a vosotros os gusta y tenéis un ratito libre, o un lunes
tonto sin nada qué hacer, es una parada recomendable.
Por la tarde, Moon decidió que ya habíamos visto suficiente
ciudad y que tocaba embarrarnos un poco, así que nos llevó al Phoenix Park, uno
de los parques naturales más grandes de Europa, un soplo de aire fresco que no
nos vino mal a ninguno.
Después de mucho barro, muchos árboles, mucho caminar, y un
atardecer precioso llegamos a un claro donde encontramos el porqué de esta
extraña excursión: una manada de ciervos tumbada tranquilamente justo al
camino, un espectáculo precioso (y algo temible después de que Moon nos contara
como embistieron a una conocida suya).
Un campo de hurling fue la siguiente parada del camino y las
fotos saltando bajo la portería que claramente, no podían faltar.
Para acabar, llegamos al Monumento a Wellington, un enorme
obelisco de piedra, al que mis amigos y unos españoles que acabábamos de
conocer, me obligaron a subir. Y aunque la vista era preciosa, no faltaron los
20 minutos que estuve pensando si quedarme a vivir encima o superar mi pánico a
las alturas e intentar bajar.
Para superar la intensa experiencia, nada mejor que terminar
el día en el Token Pub, un pub lleno de máquinas recreativas en el que
disfrutamos como niños.
Día 3. Museo Arqueológico y Howth
No hay nada mejor que unos cuantos fósiles y esqueletos para
amenizar un viaje, así que la mañana del martes decidimos pasarla en el Museo
Arqueológico de Dublín, una parada muy interesante para conocer su historia,
ver las dilataciones que se hacían, sus joyas de oro, o unos cuantos esqueletos
que aún conservaban la piel y que fueron para mí toda una sorpresa ya que nunca
había visto nada parecido.
Por la tarde, Moon nos llevó a Howth, un pueblecito costero
con unos acantilados preciosos. Tuvimos mucha suerte ya que nos hizo muy buen
tiempo y aunque el pie de Moon terminó empapado por acercarse demasiado a las
olas, yo toqué el mar y eso, como buena amante de este elemento, me hizo
tremendamente feliz.
Tomamos unos scones en Prego, un pequeño local del puerto donde también aprovechamos para calentar las manos y soplar un mechero por mi reciente cumpleaños y tras decidir que por un día había sido suficiente, montamos en el autobús de vuelta al hotel.
Tomamos unos scones en Prego, un pequeño local del puerto donde también aprovechamos para calentar las manos y soplar un mechero por mi reciente cumpleaños y tras decidir que por un día había sido suficiente, montamos en el autobús de vuelta al hotel.
Día 4. Oreos y despedidas
Como mi querida Moon estaba de Erasmus, nos faltaba una
imprescindible parada en este viaje: su universidad y residencia. Así que
pasamos la última mañana conociendo a sus compañeros, su habitación y probando
unas extrañas Oreo de helado recién traídas de Singapur.
¿Y vosotros, conocíais esta ciudad? Tanto si es así, como si
nunca habéis ido, espero que os haya gustado este post, os haya sido de
utilidad y que os acordéis de mí si viajáis a Dublín, una ciudad en la que
reina el verde y las puertas de colores.
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