Hoy he ido a castrar a Obi. La operación ha ido muy bien y hemos salido todos muy contento. Tan contentos, que mi querido gato en pleno postoperatorio, lo primero que ha intentado es tener sexo conmigo, y ante mis educadas negativas (sí, yo siempre rechazo con mucha educación a todo caballero que se me insinúe), ha vuelto con su querido cojín de siempre.
Es normal
que siga teniendo ganas, claro, las hormonas que ya ha producido no desaparecen
de un día para otro, pero señor Obi, ¡que le acaban de operar caballero! Y
nuestra queridísima Veterinaria ha recomendado una media hora de reposo, ¡no
medio minuto!
Pero él, los consejos médicos se los pasa por los cojoncitos que ya no tiene, así que se despierta de la anestesia
como si nada, comienza a correr por la casa, y de vez en cuando me muerde el
cuello, se sube a mi brazo, y a su felina manera me dice proposiciones
indecentes al oído.
Gatos
excitados e hiperactivos aparte, esta semana no ha estado nada mal: como buena
semana pre navideña, en el trabajo ha sido un poco locura (es lo que tiene la
asistencia en carretera, que trabajamos más cuando el resto del mundo descansa)
y en las tiendas apenas se podía entrar.
El viernes
fue el pistoletazo definitivo a la salida Navidad, y en el tiempo que llevo
trabajando en mi empresa, no recuerdo un día tan horrible.
Curiosamente,
parece que se nos da muy bien fingir ante el árbol de Navidad lo buenas personas
que somos y lo mágico que es todo, pero nos olvidamos de la gente que nos
rodea, que está al otro lado intentando ayudarnos. En nuestro afán por celebrar
las felices fiestas con los seres queridos, olvidamos la bondad fuera del
teatro de la cena.
La gente me
lloró desesperada, me gritó enrabietada, me insultó, amenazó con denunciarme a
mí y a todos mis compañeros y demostró que el espíritu navideño está bien para subir
felicitaciones al Facebook y pasar vídeos de anuncios navideños por whatsapp, pero
no para tratar bien al prójimo.
Por eso
quiero aprovechar este post un poquito más personal para pediros un favor:
pensad en los demás.
Pero no en
el bolso que comprar a vuestra madre, el pavo para vuestra familia o el regalo
del amigo invisible.
Pensad en
el que os está envolviendo ese regalo al otro lado del mostrador y que también
preferiría estar comprándolos.
Pensad en
la chica que os atiende por teléfono porque no ha llegado vuestro pedido
online, y que no va a poder hacer milagros porque llegue.
Pensad en
el que revisor del tren que queréis coger para ir a ver a vuestras familias,
que no tiene ninguna culpa de que os lo hayan cancelado y que preferiría estar
yendo a ver a la suya en vez de ver vuestras caras enfadadas.
Pensad en
todos ellos y no solo en Facebook, Twitter o Instagram. Pensad en que ellos
también querrían estar comprando o viajando y la mayoría de las veces son
simplemente gente que cumple órdenes y contratos y políticas de empresa y ni
tiene la culpa de lo que os pase, ni probablemente pueda ayudaros.
Y si eso no
os convence, os voy a contar un secreto, de parte de los trabajamos o hemos
trabajado de cara al público: cuando sois amables con nosotros, nos apetece
mucho más remover cielo y tierra para ayudaros 😉
Así que
queridos, estas Navidades, por favor, pensemos un poquito en los demás.
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