Era
Noviembre y Jose me escribió.
Uy
a cenar, qué cosas más raras. ¿Hace cuánto tiempo que no había tenido yo una
cita propiamente dicha? De esas de recogerte en tu casa, ponerte un vestido
bonito, pintarte los labios y mirar a los ojos de forma seductora tomando copas
de vino.
Dije
que sí, claro.
Y
acto seguido, me puse muy nerviosa
Me
compré un vestido suave de color gris, y un bolso también. Porque claro, no
quedaría muy bien el vestido con la mochila que solía llevar habitualmente.
Por
la noche me recogió del trabajo. Me tocó cambiarme en el almacén y maquillarme
en los baños de la tienda (sí, trabajaba en una tienda por aquel entonces).
Fuimos
en autobús, llegamos pronto, paseamos por Madrid y nos reímos de tonterías.
Pedimos
pasta y nos intercambiamos los platos cuando descubrimos que nos gustaba más lo
que había pedido el otro. También bebimos vino, nos miramos intensamente,
criticamos a algún camarero en voz baja y nos tocamos las manos tímidamente.
Luego
volvimos paseando hasta el metro, y en un descuido me cogió la mano. Luego ya
no me la soltó hasta que llegamos a mi casa.
Unas
semanas después, Jose me pidió salir. Y hoy hace ya más de un año desde esa
primera cita, esa pasta exquisita y esas manos temblorosas y nerviosas.
Y
hemos decidido celebrarlo del mismo modo que esa primera cita. Repetir
restaurante y paseo y manos entrelazadas
Y
aunque no pudimos repetir restaurante, sí repetimos cadena. Esta vez acertamos
con los platos, con el vino y con todo. Y aunque en ciertas ocasiones el
servicio dejó bastante que desear, de eso hablaremos otro día.
Lo
importante de hoy es lo guapos que íbamos, lo que nos reímos y que no tenemos
ninguna foto para recordarlo.
¿Vosotros también soy tan desastres como yo y se os olvidan las fotos? 😅
No hay comentarios:
Publicar un comentario